domingo, 12 de agosto de 2012

Riada


Un día salió de la casa y caminó hacia el río. Estaba pausado, sentía que las baldosas se formaban un segundo antes de que las pisara. Las partículas de las cosas existían apenas en el instante en que las necesitaba. Hacía frío y fuego de sol. La polaridad del mundo, pensó. O quizá lo dijo en voz alta y riéndose, porque las viejas que charlaban en la vereda lo miraron como a un ánima. Idiotas y sincrónicos, los semáforos le daban el verde cuando se acercaba. Cruzó la última tira gris en un tiempo estirado, mayor al de todas las anteriores. Apoyó los brazos en la varanda, respiró un aire más grande. Miró. El agua, la corriente, el horizonte curvo fingiendo rectitud. Siguió mirando. Las corrientes, hijas del viento. El color, pedazos de la misma tierra que pisaba. Como la sangre, trazas del cuerpo en el que corre. Siguió mirando. Maderas podridas, pescadores esculpidos, ecos de sirenas. Había ido para pensar, pero la mirada se le iba con el agua. Buscaba sin atrapar, encontraba sin retener. Hay quienes dicen que todavía sigue mirando. 

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