Un día salió de la casa y caminó hacia el río.
Estaba pausado, sentía que las baldosas se formaban un segundo antes de que las
pisara. Las partículas de las cosas existían apenas en el instante en que las
necesitaba. Hacía frío y fuego de sol. La polaridad del mundo, pensó. O quizá
lo dijo en voz alta y riéndose, porque las viejas que charlaban en la vereda lo
miraron como a un ánima. Idiotas y sincrónicos, los semáforos le daban el verde
cuando se acercaba. Cruzó la última tira gris en un tiempo estirado, mayor al
de todas las anteriores. Apoyó los brazos en la varanda, respiró un aire más
grande. Miró. El agua, la corriente, el horizonte curvo fingiendo rectitud.
Siguió mirando. Las corrientes, hijas del viento. El color, pedazos de la misma
tierra que pisaba. Como la sangre, trazas del cuerpo en el que corre.
Siguió mirando. Maderas podridas, pescadores esculpidos, ecos de sirenas. Había
ido para pensar, pero la mirada se le iba con el agua. Buscaba sin atrapar,
encontraba sin retener. Hay quienes dicen que todavía sigue mirando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario