Se está poniendo vieja, hay muchos años amontonados sobre su cuerpo firme. Cicatrices que dicen golpes, manos marcadas. Sus curvas delicadas siguen ahí, como si fueran lo mismo veinte años que cuatro días. Cuando canta todos la escuchan, la veneran. Ahora está en un rincón, medio a oscuras, entre el humo de los cigarros y el reflejo de las lámparas en las copas casi vacías. Zumban muchísimas voces hablando y riendo y preguntando al mismo tiempo, la noche de un viernes, un bar. Él la lleva despacio hasta el escenario y con la misma delicadeza de siempre comienza a pulsar sus cuerdas.
viernes, 7 de enero de 2011
Lucila
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