El coloso quiere girar, ha encallado. La espuma se le deshace en burbujas sobre la piel, brota un bramido con el peso de oquedades insondables. Se retuerce. Cada maniobra logra menos que la anterior, no se puede derrotar al abrazo de la quietud. Otra vez el rugido, casi ahogado como precursor del final obligatorio. El contestador atiende la llamada y el descomunal yokozuna jura no volver tomar un baño de inmersión.
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